Capítulo 1

¡Al fin las vacaciones!





Sólo me podía marchar del internado en dos ocasiones: las vacaciones de navidad y las del verano. ¡Cómo soñaba con esos momentos!

            Y ¡ahora iba en el tren!, camino del pueblo costero en el que veraneaba desde pequeña. ¡No había vuelta atrás! Sor Bizcocho y sor Espagueti me habían acompañado a la estación, y mientras me alejaba las veía cada vez más pequeñas, agitando sus manos en el aire, para despedirse.

La buena de sor Bizcocho se secaba una lagrima con la punta del delantal (estaba tan nerviosa que no se acordó de quitárselo), había estado levantada toda la noche, preparándome deliciosos pastelillos rellenos de crema de chocolate, para el viaje. ¡Ay!, cómo echaría de menos a aquella monjita, buena como una abuelita buena, que me hacía  zumos de naranja y me guardaba, en la despensa de la cocina, tebeos de “Mortadelo y Filemón”.

Me recosté en el asiento y observé a mis compañeros de vagón. Sentada frente a mí, viajaba una señora bastante mayor, con el pelo teñido de amarillo pollo, que ¡cosa sorprendente!, se inclinaba y hablaba con un  bolso grande, que tenía a su costado.

“¡Aja!, esto se pone interesante, algo que averiguar”, pensé mirando por la ventanilla, para disimular. Y es que mi curiosidad y mi afición a la investigación no tenían freno. Mi mente no descansaba ni en vacaciones.

            Junto a ella dormitaba un señor de mediana edad, vestido con chaqueta y corbata, que llevaba los bajos de los pantalones manchados de barro.

            “¡Este vagón es un filón!”, me dije. Y, acomodando la cabeza en el cojín del respaldo, desenvolví un chicle Bazoka, que saqué de mi bolsillo. Me lo eché a la boca y  me concentré en analizar la situación de mis compañeros de viaje, tal y como hubiera hecho mi admirado Sherlock Holmes. Ya sabéis que el famoso detective era capaz de adivinar con pocos indicios y escasez de pruebas, un montón de asuntos acerca de la vida de las personas que se cruzaban en su camino.

            “Empecemos por la señora que habla con su bolso”, me dije, “creo que lo hace para disimular sus ganas de vomitar, debe de llevar dentro una bols…”

             De pronto entró el revisor, cuando más concentrada estaba en mis averiguaciones.

            -Buenas tardes- saludó con sequedad-. Me han dicho que en este vagón hay un animal, y eso está totalmente prohibido en nuestra compañía.

            Clavó una primera mirada acusatoria en mí, y me hizo sentirme como un gusano asustado. Desde luego el revisor hubiera suspendido en una escuela de detectives. Después miró a la señora del pelo teñido de amarillo pollo.

            -Le han informado mal- dijo ella bastante enfadada- a la vista está que en este tren los únicos animales que viajan son los que le han dicho que en este vagón hay un animal.

-Lo siento señora, me veo en la obligación de revisar el vagón, por si llevan el animal escondido en algún lugar.

-¡Qué desfachatez! ¡Qué insolencia! ¡Qué poca vergüenza!... -dijo la señora- amenazando con su paraguas al empleado. El señor de al lado seguía dormido, sin enterarse de nada-. ¡En cuanto llegue pondré una denuncia a su compañía! ¡Saldrán en todos los periódicos! ¡Menudo trato que le dan a los pasaj…!

-¡Guau! ¡Guau!...   
        
El ladrido salió de… ¡el bolso de mi compañera de vagón!

El revisor alumbró el bolso con su linterna y vimos como asomaba, a través de un pañuelo, la cara de mal genio de una perrita pequinesa, que no paraba de ladrar.

-¡Cómo le haga daño a mi Lilí, haré que lo metan en la cárcel!- gritó, muy alterada su ama.

-¡Señora yo no le voy a hacer nada a su Lilí! ¡No me faltaba  a mí otra cosa esta mañana que me mordiera un perro antipático! Hagan el favor de acompañarme las dos (se refería a la señora y a la perrita, claro está). Tenemos que hablar con el supervisor. Son las órdenes.

-¡Antipática mi Lilí! ¡Qué vergüenza! ¡Jamás nos habían humillado de este modo!- la dueña de la pequinesa se puso a gritar con una voz muy aguda, mientras se levantaba con su bolso agarrado del brazo - ¡Sepa usted que mi Lilí ha ganado cinco concursos de belleza canina y ha hecho un anuncio de piensos compuestos para la televisión! ¡No dejar a una artista así viajar en el tren, y encima meterse con ella!  ¡Me quejaré a las autoridades! ¡Escribiré a todas las Sociedades Protectoras de Animales del país!... Le iba diciendo al revisor por el pasillo, mientras lo amenazaba con el paraguas. La perrita no dejaba de ladrar.

La señora del pelo teñido de amarillo pollo y su Lilí, no volvieron a entrar en mi compartimento. Debieron de bajarse en la siguiente estación. No sé si la obligaron o lo hizo voluntariamente, debido a su gran enfado.

“¡Vaya, se me escapó el caso de la señora que hablaba con su bolso! Con la emoción de las vacaciones debo de estar un poco desentrenada. No importa, lo del señor que va dormido es un caso clarísimo, éste no se me escapa. Intentaré suponerlo al cincuenta por ciento y deducirlo otro tanto”, pensé. Y es que mi otro compañero de vagón ni siquiera se había despertado con el alboroto. Roncaba profundamente.

Me recosté tranquilamente en el asiento, masticando mi chicle, para concentrarme, y sin dejar de mirarlo para analizarlo. Menos mal que él no se enteraba de nada, pues no me gusta ser indiscreta, ni siquiera por motivos profesionales.

“Veamos”, me dije. “Está claro que es un hombre de mundo, alguien acostumbrado a viajar. ¿Qué persona que viaja por primera vez se quedaría dormida antes incluso de que arranque el tren?  Si fuera su primer viaje, o uno de los primeros, estaría nervioso y emocionado y no querría perderse ni un detalle. El bajo de los pantalones manchados de barro, en un señor tan elegante, que usa chaqueta y corbata en pleno verano, me confirma mi sospecha, debe de tratarse de alguien acostumbrado a los negocios y a moverse con prisa por el mundo. En su precipitación ha metido los pies en un charco y, como vive tan apresurado, llegaba tarde al tren y ni siquiera ha tenido tiempo de cambiarse de pantalones…

-¡Pero bueno Mariano! ¡No te dije que en estos sitios no puede uno quedarse dormido! ¡Te pueden robar la chaqueta!- Una señora bastante obesa acababa de entrar, y no dejaba de zarandear a mi compañero de enfrente.

-Mira que se lo advertí- dijo mirándome –. Le avisé que no tomara tranquilizantes. Es que es su primer viaje en tren y está muy nervioso ¿sabes?. Bueno, en realidad es la primera vez que viajamos, jamás hemos salido de nuestro pueblo. Pero se casa esta tarde nuestra hija mayor, y no hemos tenido más remedio. ¡Y para colmo, justo antes de subirse en el tren, ha metido los pies en un charco! ¡Mira cómo se ha puesto los pantalones! Y no tiene otros para cambiarse ¡Qué desastre, es el padrino de la boda!... ¡Mariano! ¡Menos mal que no te han robado la chaqueta! ¡Venga, despierta, despierta!...

Su mujer seguía zarandeándolo. Pero nada, se ve que Mariano había tomado una dosis extra de tranquilizantes.

            Me volví a sentir como un insecto insignificante. “El curso ha sido muy duro, y tengo las neuronas un poco desentrenadas-me consolé-. Ya volveré a estar en forma, ahora es mejor que descanse”. Así que me recosté de nuevo en mi asiento y saqué de la caja que me había regalado sor Bizcocho, un pastelillo con crema de chocolate. Mientras me lo comía busqué también en la mochila el “Estudio en escarlata”, una de mis historias favoritas de Sherlock Holmes. Me había quedado por el capítulo que habla de la misteriosa aparición del cadáver de un caballero bien vestido y sin herida alguna, en el jardín de una señorial mansión inglesa.