LA PLAYA DEL MUERTO
A la Playa
del Muerto no se podía llegar en coche, había que hacerlo en barco o a pie,
trepando por los arrecifes que la rodeaban. Eso la había salvado de que se
construyeran en ella bloques colmeneros como gigantescas cajas de cerillas.
Moles que roban en la playa el sol del atardecer, y en cuyo cemento se estampan
las gaviotas. Así había pasado en la cala contigua: la Punta de la Rana.
Prenafeta, con la ayuda de desaprensivos como la constructora
“López y López”, iba extendiendo sus garras por toda la Costa. Obligando , casi, a la
gente a tirarse en masa por los acantilados, igual que les ocurre a esos
pequeños roedores, los lemings, cuando se juntan demasiados en un espacio muy
pequeño.
Pero lo más importante era que no se podía construir en la Playa del Muerto,
sencillamente porque era un paraje protegido. Una reserva ecológica que el
Ministerio de Medio Ambiente había declarado Parque Natural. Mi amigo conocía
bien todas las especies animales y vegetales que allí se daban. Disfrutaba de
veras buceando y observando los bancos de peces, los erizos, los corales… del
fondo del mar; y también los moluscos, líquenes, algas… de las rocas; las
plantas, los pájaros, los pequeños insectos… que había en aquella cala
paradisiaca.
Lucas y yo nos dirigíamos a ese lugar protegido, en su pequeño
barco, “Carabel”. Remábamos por turnos, diez minutos cada uno.
-¿Estás segura de que sabes remar?-me preguntó mi amigo. Me
sentí un poco herida en mi orgullo.
-Tranquilo- le contesté intentando mantener en línea recta el
rumbo de la embarcación- es que estoy un poco desentrenada, hace algunos años
que no remo. Pero enseguida me hago con el manejo.
La verdad es que tardé un poco en conseguir que la barca
dejara de girar, pero logré avanzar en línea más o menos recta. Lucas se hizo
el despistado y no volvió a decirme nada. Ciertamente se lo agradecí.
Reconozco que en su turno íbamos más rápido. Pero a mí se me
“paga” por mis investigaciones, no por ser una especie de Rambo femenino.
-¡No te lo pierdas!- señaló, moviendo la barbilla - ¡Mira a tu
derecha! ¡Un banco de peces voladores!
Era la primera vez que veía esos peces, emergiendo del agua y
sobrevolando por encima de nuestras cabezas. Me pareció algo maravilloso.
-¡Pediré un deseo!-grité entusiasmada. Pensé que ante un
espectáculo tan difícil de presenciar, era lo menos que se podía hacer.
A Lucas se le cayeron las gafas de la risa y, por poco, se le
escapa un remo.
-Según parece, aprovechan para volar, los cambios de densidad
que tiene el aire sobre la superficie del mar. No creas que se divierten,
sencillamente huyen de sus depredadores. Peces mayores los persiguen para
comérselos.
-Gracias por ser tan científico, acabas de quitarle todo el
encanto.
Él se encogió de hombros.
-La ciencia es la ciencia-dijo.
Saltamos de Carabel y la empujamos para alejarla de las olas.
-Hace tanto calor, que me estoy cociendo como si fuera un
huevo puesto a hervir- me dijo Lucas, secándose con el brazo las gotas de sudor
de la frente.
-¡Claro! –me reí de su ocurrencia-. Seguro que si ahora te
cortaran con un cuchillo no te saldría ni una gota de sangre, estaría cuajada.
Mi pecoso amigo se ajustó sus gafas y miró a su alrededor:
-Esto no me gusta nada.
La verdad es que la playa tenía un aspecto extraño. No era
normal que las plantas estuvieran tan amarillentas, y había varios árboles
requemados. Una gaviota graznó y sobrevoló tan cerca de nuestras cabezas, que
nos estremecimos. Decidimos ponernos nuestros equipos de buceo e inspeccionar
el fondo del mar, por si tampoco cuadraban las cosas bajo el agua.
Estábamos tan absortos ajustándonos las gafas y las aletas que
no nos dimos cuenta. No vimos llegar a aquel hombre cuyo aspecto aconsejaba no
acercarse a él demasiado.
El hombre saltó de su pequeña barca. Puso un gesto de
contrariedad cuando dimos la vuelta y lo descubrimos.
-¿Busca usted algo en esta playa?-. Hay que reconocer que
Lucas le echó valor. Como se había quitado las gafas, para colocarse las de
bucear, creo que no lo vio bien. No se percató de su aspecto de galgo famélico,
de la cicatriz que le atravesaba de un extremo al otro el huesudo pecho, ni su
tuerto ojo izquierdo, blanco como un huevo de paloma. Yo me quedé sin habla.
El individuo llevaba un enorme cuchillo finlandés, de esos que
usan los balleneros para despedazar sus piezas, colgado a un lado del cinturón.
Del otro lado le colgaba una bolsa de plástico.
-¡He venido a ponerme moreno para hacer de galán en una
película!- nos gritó con una voz que parecía una batidora oxidada-. ¡No te
fastidia! ¡Vaya unos niños entrometidos!
-No sé, es decir mi amiga y yo no sabemos si usted sabrá que
hay que saber que…- Lucas ya se había puesto las gafas y ahora veía
perfectamente al pájaro, quizás por eso se le trabaron un poco las palabras.
-… que esta cala está protegida-continuó. -Hace falta un
permiso especial para pescar aquí o para realizar cualquier otra actividad que
pueda ir en contra de este paraje.
-¿Y vosotros, par de babosas mocosas?-nos ofendió el
individuo, sin venir a cuento-. ¿Qué hacéis aquí? ¿Tenéis ese permiso del que
me habláis?
Una bombilla se encendió en mi privilegiado cerebro. Busqué en
mi mochila y, con cuidado de no acercarme demasiado, le mostré a aquel reptil
disfrazado, una de mis tarjetas de presentación:
“MARÍA UMBELDINI”
Investigaciones y Pesquisas
Se aceptan todo tipo de casos:
Robos, extravíos, desapariciones…
El pajarraco no demostró el más mínimo interés en saber lo que
decía la cartulina que le enseñé.
-¡Esta cala de los demonios está llena de insectos
entrometidos! ¡No sé por qué he venido a para aquí!
De pronto mi amigo se armó de valor. Que alguien se metiera
con los insectos era demasiado para él.
Habló muy serio, por su tono de voz me
pareció que de golpe había cumplido una decena de años:
-Seguro que lo envía “López y López”, o ese chiflado de
Prenafeta, para que termine con los apodemus
sylvaticus, con las arvícolas
terrestris, con las cincidelas campestres, con los bombus pomorum, con las catocalas
nupciales, con las haliotis
tuberculatas, con las acanthocardias
aculeatas, con las anodontas cigneas…
No quedaba duda. Lucas entendía una barbaridad de plantas y
animales.
-…¡Lo denunciaremos a las autoridades!-concluyó.
“¿A qué autoridades”, pensé yo. Desde luego al alcalde no.
Pero mi amigo me había contagiado su valor:
-¡Eso, eso! ¡Lo denunciaremos y le darán gratis un pijama a
rayas, y no le faltará pan y agua el resto de sus días!
-Comida para las tortugas- dijo de pronto aquel individuo,
suavizando la voz, con un destello de astucia en su único ojo.
Nos dejó noqueados. No comprendíamos nada.
-¿¿¿??? ¿Cómo dice?-dijimos a la par.
-He venido a por comida para las tortugas, tengo tortugas en
mi barco, galápagos, cientos de galápagos de todos los tamaños. Necesito comida
para ellos.
-¿Qué clase de comida ha venido a buscar aquí?- le preguntó
Lucas. Le recuerdo que también las plantas son seres vivos y que aquí hay
especies únicas que están protegidas. Me refiero a la marchantia polymorpha, la fontinalis
antipyrética, la taraxacum officinale,
la cerastium gracile, la coriaria myrtifolia…
El esfuerzo de aquel “buitre” con pantalones por mantener la
calma era considerable.
-Sólo matojos silvestres como esos-. Señaló unas plantas
mustias y requemadas que había a nuestro alrededor. Su cuchillo finlandés
brilló a la velocidad de un guiño inesperado. Nosotros nos estremecimos.
-Arrancaré unos cuantos y me iré enseguida. No volveré a poner
un pie en esta cala de los demonios. Lo que menos deseo en este mundo es
encontrarme de nuevo con vosotros, niñatos metistones. Y, creedme, vosotros
tampoco deberíais desearlo-. Con gesto taciturno arrancó unas cuantas hierbas
resecas, las guardó en la bolsa que le colgaba del cinturón, y se marchó. Como
esos seres enviados por el diablo, que salen en las películas, dejó a su paso
un reguero de arañas, hormigas, escarabajos… y todo tipo de insectos que por
allí habitaban.
-¿No preferirán sus tortugas unas cuantas moscas y unas hojas
de lechuga?- le grité mientras se alejaba.
-¡La próxima vez venid con alguien que os pueda llevar a
vuestra casa, por si aterrizáis de cabeza y se os desparraman los sesos! –fue
su contestación.
-Esto no me gusta nada-me dijo Lucas pensativo.
-Tienes
razón, no creo que sean tortugas lo que tiene este pajarraco en su barco, y es
lo que vamos a averiguar.